
Mi vida camina por oscuros senderos,
por días iguales, difíciles, sombríos.
Los cero me acosan, la suerte me ignora,
el esfuerzo es en vano, todo se acaba.
Y cuando parece que nada significa ya nada,
recurro a lo único que creí cierto,
sincero, real: tu apoyo, tu compañía,
tu voz dulce resonando, como una fuente,
tan sólo para mi alma.
Era nada más ayer cuando la boca
se te llenaba de "amigo".
Y me has negado hasta cinco veces
desde entonces. Te he necesitado y tú
te has sumado a todo lo que me ignora
y me aprieta. Tan sólo me has regalado
una cuerda para que me ahorque.
Parece que, al fin, no te importa nada más que tú
y tu pequeño mundo imaginario;
fantasmas y princesas, duendes y dragones.
No he logrado que comprendas. No he sabido
explicarme. Tal vez ni me escuchabas.
Al menos descubrí nuestro pecado:
mientras tú me tratabas como a un niño encaprichado,
te creía llena de fuerza y te envidiaba,
que la ternura y el cariño eran nuestra religión.
El error era tan grande... la realidad tan distinta.
Quizás por todo esto sólo puedo esperar
que mires hacia abajo, que pienses hacia abajo
y, con tus ojos cargados de espanto acre,
me desprecies para siempre como un mal sueño
de payasos con feas caras mal pintadas.
Y yo, por no admitir la naturaleza
de mi error, o tal vez por molestarte, continuaré
con la mirada fija en tu corazón de piedra,
esperando una debilidad para besar tu alma,
para que comprendas que mi corazón aún late,
que mis manos brillan, que mi amor es tuyo.
Juan Carlos




